Macri se fue a diciembre, por Pablo Sirvén


Dentro de 36 días será jefe de la ciudad, pero aún debe una materia: cultura.

Lo peor que le pasó a Mauricio Macri en la repentina relación que debió entablar a la fuerza con la cultura no es haber contestado, fatalmente, "sí" a la pregunta "¿Leyó alguna novela de Borges", que le hizo hace un tiempo uno de los cronistas de CQC .

Un ingeniero que se hizo empresario por mandato familiar, que luego se convirtió en exitoso dirigente deportivo y que muy pronto será jefe de gobierno de una de las ciudades más grandes del mundo donde la palabra "cultura" tiene infinitas connotaciones concretas podría, por desgracia para él, no haber encontrado nunca el tiempo para leer algún cuento de Jorge Luis Borges en sus 48 años de vida, pero ése no sería el fin del mundo, ni mucho menos. Al afirmar, en cambio, que leyó una novela del autor de Ficciones que, como es sabido, no escribió ninguna, cayó en una mentira evitable, similar a la de su otrora admirado Carlos Menem, cuando aseveró que había leído las obras completas (jamás escritas) de Sócrates.

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A 36 días de su entronización como "lord mayor" de la ciudad, Macri continúa sin sincerarse consigo mismo públicamente y se engaña al afirmar que todavía "hay tiempo" para cubrir el único espacio libre de su gabinete: el Ministerio de Cultura. Lamentablemente se está dejando ganar por los prejuicios que tiene hacia un ámbito imprevisible que desconoce y que no le interesa. A su vez, los prejuicios, fundados e infundados, de la intelectualidad porteña y su gran predicamento sobre la ciudadanía lo paralizan porque teme su comprobado poder de fuego.

Macri ha acometido, mientras tanto, con grandes bríos un tema que parece mucho más complejo de llevar adelante con un gobierno nacional dispuesto a no facilitarle nada, como es el traspaso de la policía con su correspondiente presupuesto. Pero en Cultura ha manifestado una actitud del todo displicente y de cierta indiferencia que sólo reconoce cuatro excepciones (tres fallidas y una parcialmente acertada). Las tres primeras tienen que ver con las frustradas nominaciones sucesivas como referentes de ese ámbito de Ignacio Liprandi (primer vocero informal del área, que acaba de eyectarse del Pro tras sucesivos desaires de los jerarcas del macrismo) y de Luis Hernán Rodríguez Felder (editor y titiritero que evidenció que el cargo de ministro de Cultura le quedaba grande en cuanto abrió la boca) y el persistente anuncio del cierre de la señal de cable municipal Ciudad Abierta (nada se ha dicho sobre qué se hará con su personal y equipamiento) sólo por una cuestión de costos (que podrían ser drásticamente reducidos sin necesidad de eliminarla) cuando su presupuesto fue votado por la Legislatura porteña en pleno (incluso por los diputados del Pro).

Y aunque nadie podría cuestionar el prestigio y los conocimientos líricos de Horacio Sanguinetti, elegido por Macri para dirigir el Teatro Colón a partir del próximo 10 de diciembre, quien finalmente ocupe el Ministerio de Cultura se encontrará con un hecho consumado en el espacio cultural más emblemático de la Capital Federal.

Cuando a Macri se le reseña objetivamente esta serie desprolija de hechos y se le refresca que es difícil obtener registros (ni siquiera después de las dos elecciones que ganó holgadamente en junio último) de su presencia en lanzamientos culturales significativos de la ciudad, su proverbial cordialidad (acentuada por sugerencia de sus asesores de imagen) cede a una ofuscación nada Pro. Así de malhumorado se lo pudo oír por Radio Continental el miércoles último cuando este periodista lo interrogó al respecto.

La pregunta no parecía apresurada. Cuatro meses antes de que el ingeniero Macri protagonizara uno solo de los tropezones y trastabilleos detallados, el 1º de julio, una semana después de su último triunfo en las urnas (ahora un tanto devaluado por la pobre performance electoral de su espacio el domingo pasado), se le advirtió desde esta misma columna lo que muy pronto sucedió. "Tendrá [Macri] que aprender lo más rápido que pueda -se decía entonces en este mismo espacio- a pararse frente a estos asuntos que jamás trató, si no quiere sufrir enfrentamientos prematuros y estériles que terminarán por complicarle toda su gestión."

La rápida entrada y salida por la ventana del ignoto Rodríguez Felder revela que el macrismo se maneja en ese ámbito con un desconcertante ritmo espasmódico. La parsimonia, en cambio, se observa en decisiones que tienen que ver con el Teatro Colón (no sólo quedó descartado, como se había previsto en un primer momento, reinagurarlo para celebrar su centenario el próximo 25 de mayo, sino que no es seguro que se reabra hacia fines de 2008 y el sensible retraso de las obras hace pensar que ese plazo podría estirarse hasta 2009 e, incluso, 2010; en tanto que peligra la realización de la próxima temporada en la medida en que no se efectúen las reservas correspondientes de las salas alternativas).

Descartado Pablo Batalla (ex directivo del Colón, que seguirá, de todos modos, haciendo aportes técnicos al Pro sin cargo fijo), siguen en danza para ser ministros de Cultura Hernán Lombardi (empresario hotelero y ex funcionario del gobierno de la Alianza, quien debe elevar su propuesta de probable fusión de esa área con Turismo, idea que despierta tantos entusiasmos como resistencias); Pedro Pablo García Caffi (prestigioso músico con variado paso por la administración pública en puestos culturales) y hasta Silvia Fajre (la actual ministra, que el macrismo contemplaría sostener en una virtual transición si la funcionaria accediera a ello).

La fundación para difundir internacionalmente producciones culturales argentinas y la fusión con autarquía de los centros culturales porteños se diluyeron con el alejamiento de Liprandi. Al menos Kive Staiff aseguró continuar dos años al frente del Complejo Teatral de Buenos Aires. Algo es algo.


Por Pablo Sirvén
Puclicado en La Nación el 4/11/07
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